Iberferr y sus publicaciones les desean una Feliz Navidad y un muy próspero 2025. Con los mejores deseos de la redacción para todos y el compromiso de confianza informada que la revista ha ofrecido cada día durante los últimos 25 años.
Santiago P. Fernández, director de Iberferr
Las dos navidades de cada uno
Tengo que reconocer que no soy quien de escribir algo brillante sobre la Navidad. Y eso que el tema da juego. Pero es un reto dificilísimo, mucho más que teclear de politiqueo, números clausus o cultureta. No sé a qué se debe, pero nunca he logrado hilvanar dos frases seguidas sobre el asunto. Me consuela saber que a un colega muy amigo le ocurre esto mismo. Él tampoco puede pese a la doble albarda de periodista y escritor con la que le ensillan cada día y que, cierto es, lleva con mucha dignidad.
Siempre he pensado que hay dos Navidades simultáneas y que ninguna es como la que todos hemos soñado alguna vez. Una se vive por fuera y la otra, igual de espesa y exclusiva, sólo se puede vivir por dentro.
La de fuera susurra y calla más que grita. Es puro remilgo y nunca se define: me gusta, no me gusta; me inspira, no me inspira; la amo, la odio… Tiene mucho de eslogan y bastante de disputa; un algo de culto, de voy y vengo, de sí, pero no. Todo en ella es contrapuesto mientras declama en un mar de sentimientos. En estas fechas siempre gritan más los que no están que los que se sientan a la mesa. Y es así como cada uno arma su propio belén y oye la voz que le toca. La del Niño Dios o la de Herodes, que ambas vienen a ser lo mismo, según quien lo diga.
La otra Navidad, la que va por dentro, forma un ángulo de sombras bajo el pecho. Ahí siempre hay un escuadrón de voces discordantes que hablan sin permiso. Es como un remolino que no sabe pararse y en el que, a menudo, se agitan pasado, presente y futuro en caótica danza.
La Navidad de hoy es una arboleda de la que cuelgan universos estrellados, megáfonos y píxeles al por mayor. Llega con portales alzados en clave de credit card, que emiten tonadas inoportunas y medias verdades. Y, no. No es como aquella de la niñez que tanto le gustaba a mi amigo de las dos albardas. ¡Feliz Navidad!